jueves, 9 de febrero de 2012

El fin justifica los medios


Madrid. España. Aproximadamente las 14.00. Miradas de incredulidad, recuerdos injustos, sonidos angustiosos. La palabra injusticia en nuestras mentes y en nuestras bocas. Hoy, día 9 de febrero de 2012, ha sucedido un acontecimiento que marcará un antes y un después en la vida de una persona y, en general, de todas las personas que le apoyamos. Un día triste para la justicia, un festival para el despotismo.  El juez Baltasar Garzón ha sido condenado a 11 años de inhabilitación, es decir, ha sido expulsado de la carrera judicial.

Garzón fue acusado de haber utilizado sistemas o pruebas que van en contra del derecho de la defensa. Ante el caso Gürtel, asunto relacionado con el Partido Popular y varios de sus miembros, una “presunta” red de corrupción política, el juez Garzón, encargado de instruir dicha investigación, utilizó escuchas ilegales como prueba, y de esta manera está estipulado por la ley. Estas escuchas tenían como protagonistas a los sospechosos del caso Gürtel los cuales estaban conversando con sus abogados. Esta prueba violó su intimidad. Esta prueba nos hizo saber que se estaban riendo de nosotros, que nos estaban robando en nuestras caras. Corrupción. Vicio. Cohecho. Putrefacción.

Nos situamos en un umbral de duda.  Es justo creer que el juez usó claras pruebas ilegales, que atentan contra la intimidad, y con el derecho de defensa. Es justo creer que tales escuchas no son, absolutamente no son, más graves que los hechos claros que implicaba. De ninguna manera lo son. Y creo que lo estoy dejando bastante claro. ¿Qué pasaría si un “héroe” de partidos derechistas utilizará la violencia para reprimir acciones que para ellos son injustas? Estamos ante un acto injusto para defender una “injusticia”. La misma situación anterior. Pruebas ilegales para justificar unas acusaciones que van en contra de la ley. La ley del pueblo. La ley de todos.  El fin justifica los medios. Debemos, no sólo hemos de, “perdonar” las escuchas ilegales utilizadas por el juez, porque su objetivo, el fin de su investigación, era destapar una trama llena de mentiras y falsedades. Un trama que todavía sigue sin resolverse. Es más, no ha habido ningún sospechosos declarado culpable, aun sabiendo que lo son. El primero en ser declarado culpable ha sido el protagonista de la gran noticia del día, la del mes, la del año y, me atrevo a decir, que pasarán muchos años hasta que consigan olvidar lo sucedido.  Una situación incomprensible.


“Vosotros brindaréis con champán, sabiendo que mi padre es inocente”. Palabras de la hija de Garzón. El juez es una víctima más de la ultraderecha española. Ésta, desinteresada en su inocencia, ha conseguido lo que se habían propuesto: retirar al juez del caso y de la vida judicial durante  años. Garzón pudo con ETA, pudo con numerosos polícos del PP (alcaldes, consejeros, diputados autonómicos) , ha protagonizado operaciones contra el narcotráfico. Muchos dicen que pecó de egocentrismo al cobrar fama internacional por promover una orden de arrestar al ex dictador chileno, Pinochet, que realizó numerosos asesinatos y torturó a ciudadanos españoles. Yo no pienso que pecara de egocentrismo, sólo sabía que había realizado de forma correcta y con un buen final su trabajo. Ahora, ha caído víctima de la ultraderecha. Una víctima más. 


En pleno 2012, época de progreso, época de avances. Parece que en España eso no se conoce, estamos retrocediendo. Somos testigos de una involución. Nos conduce y nos manda la corrupción y los intereses individuales, en plena crisis económica.  La justicia española está en jaque. Debe ser modificada ya. Sin excusas. Queremos una justicia justa. Con culpables en la cárcel, e inocentes declarados como tal.

Sólo nos queda manifestarnos, reclamar nuestros derechos. Hacernos oír, un grito común: ¡NO MÁS INJUSTICIAS!  

                                                                                                           
                                        
                                                                                                                 María L.